sábado, 21 de julio de 2012

¡Ah, Principito! Así comprendí poco a poco tu pequeña vida melancólica. Tu única distracción durante mucho tiempo fue la dulzura de los atardeceres. Me enteré de este nuevo detalle en la mañana del cuarto día, cuando me dijiste:
- me gustan mucho las puestas de sol. Vamos a ver una puesta de sol…
- pero tenemos que esperar
- ¿Esperar a qué?
- A que el sol se ponga (…)

En tu pequeño planeta bastaba con mover tu silla unos pasos para poder contemplar el crepúsculo cada vez que lo deseabas…
- ¡Un día vi al sol ocultarse cuarenta y tres veces!

Poco después agregaste:
- Sabes, a uno le gustan los atardeceres cuando se siente verdaderamente triste
- El día de los cuarenta y tres atardeceres, ¿estabas en verdad triste?
El principito no contestó.

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