domingo, 15 de enero de 2012


Puedo escucharte, si así me lo pides. Puedo darte un humilde consejo, si eso es lo que necesitas. Puedo abrazarte muy muy fuerte, si te sientes débil y una hermosa sonrisa ya no gobierna tu cara. Puedo darte un dulce beso, si extrañas mi cariño y también puedo darte la mano, si te encuentras inseguro en tu camino. ¡Yo te acompaño!
Pero lo que no puedo es devolverle el valor que no le das a tu vida. No puedo pretender tu felicidad si no estás dispuesto a gozarla.
Puedo confesarte mi amor, no puedo hacer que borre tus penas. Puedo invitarte a caminar una noche, pero no puedo prometerte que, cuando el sol se despierte y el amanecer sea solo nuestro, tu cara se ilumine de entusiasmo y vehemencia. También puedo ofrecerte mirar las estrellas a mi lado o ser participes del espectáculo de un atardecer, contarte como uno de mis mayores secretos  la satisfacción y entusiasmo que siento al verlos, pero no puedo garantizarme que sea el mismo.  Al igual podría obsequiarte una placida siesta bajo un árbol o un picnic de mediodía, y tampoco podría estar segura que mi paz también es tuya.
La desgana, las inmensas culpas, el debatimiento, desdichas y las agotables ganas de vivir, solo pueden revertirse si te lo propones. Depende de ti y de nadie más arrancar el día entronando una sonrisa. Depende de ti los ojos que elijas para dislumbrar las cosas sencillas, lo esencial.  Como también depende de ti  dejar a un costado tus dolencias, abandonar el  estancamiento,  elegir un camino, tu camino. ¡Yo te acompaño!
Ya no pienses tanto, ¡levántate! ¡actúa! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario